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Lo que nunca debes hacer por los demás

“Un hombre encontró un capullo de mariposa tirado en el camino y se lo llevó a casa para protegerlo. Lo puso a buen resguardo pero al día siguiente notó que había un pequeño agujero, se fijó mejor y vio que la pequeña mariposa estaba luchando por salir del capullo.
 
Estuvo así durante varias horas, viendo cómo la mariposa forcejeaba intentando que su cuerpo pasara a través de aquel pequeño orificio. Sin embargo, de repente dejó de luchar, parecía como si se hubiese rendido o atascado. Al hombre le dio mucha pena y, con gran delicadeza, agrandó el hueco para que la mariposa pudiera salir.
Finalmente,

la mariposa salió pero tenía el cuerpo hinchado y unas alas muy pequeñas y dobladas. El hombre pensó que aquello era normal y continuó observando, esperaba que la hinchazón remitiese y que la mariposa abriese sus alas y echara a volar. Pero no fue así, la pobre mariposa solo se arrastraba haciendo círculos. Jamás llegó a volar.”
 
Lo que el hombre de la historia no sabía era que la lucha de la mariposa por salir del capullo era necesaria para que los fluidos de su cuerpo pasasen a sus alas. Durante este proceso, un líquido llamado hemolinfa es bombeado desde el cuerpo hacia las alas, haciendo que estas se estiren progresivamente, hasta alcanzar un tamaño adecuado. Solo de esta forma la mariposa puede estar lista para volar. Así, en un intento de ayudar, el hombre le arrebató a la mariposa la posibilidad de volar.

A veces, para ayudar, debemos mantenernos al margen

Esta fábula nos indica que algunos obstáculos a veces son necesarios pues nos ayudan a convertirnos en personas resilientes. A lo largo de la vida cada cual debe cometer sus propios errores para aprender de ellos y madurar. Si intervenimos y resolvemos los problemas en su lugar, estaremos quitándoles una oportunidad de aprendizaje que después puede ser muy valiosa. Por eso, en algunas circunstancias, la mejor ayuda es mantenerse al margen.
Como regla general, la vida nos va planteando diferentes retos que desafían nuestras capacidades actuales pero que, a la misma vez, nos obligan a crecer y a desarrollar nuestras potencialidades. Cada etapa de nuestra existencia nos plantea desafíos diferentes que nos van preparando para la próxima fase. Sin embargo, si siempre tenemos a alguien que resuelva los problemas por nosotros, corremos el riesgo de que al quedarnos solos, sin ese asidero, no tengamos los recursos necesarios para enfrentar determinado problema y este termine engulléndonos.
Por ejemplo, la madre que siempre sale en defensa de su hijo cuando este tiene problemas con otros niños, le está haciendo un favor a corto plazo pero a la larga le impide desarrollar sus habilidades sociales, de forma que cuando crezca, será un adulto con una escasa Inteligencia Emocional y con dificultades para relacionarse con los demás.

De la misma manera, hay situaciones que no demandan nuestra intervención directa sino simplemente nuestro apoyo emocional. Hay problemas que no podemos solucionar por los otros pero podemos apoyarles mientras lo hacen, haciéndoles saber que estamos a su lado. De hecho, por mucho que queramos a una persona, no podemos cargar con su sufrimiento ni elaborar el duelo en su lugar, es algo que deben hacer ellas mismas.
 
¿Cuándo es preciso intervenir?
Si una persona siempre tiene a alguien que resuelve los problemas en su lugar, se convertirá en un inválido emocional. Una vida sin obstáculos no le permite crecer, de hecho, ni siquiera le permite conocerse bien a sí mismo ya que descubrimos quiénes somos en realidad y hasta dónde somos capaces de llegar cuando estamos en situaciones límite. Coger un atajo, dejando que sean los otros quienes resuelvan nuestros problemas, casi nunca es el mejor camino. Es cierto que llegaremos antes y más frescos, pero si la próxima carrera es más intensa, abandonaremos a mitad del camino porque no estaremos preparados.
 
Por tanto, no hagas por los demás lo que pueden hacer por sí solos. Si te comportas de forma sobreprotectora, contribuirás a que esa persona nunca extienda sus alas y le robarás uno de sus tesoros más valiosos: conocer y poner a prueba sus potencialidades.

Además, estar siempre dispuestos para los demás y resolver sus problemas incluso a costa de nuestras propias necesidades puede ser una espada de doble filo ya que contribuimos a crear personas egoístas que esperan que siempre estemos a su disposición. Por tanto, es probable que ni siquiera sepan apreciar los grandes sacrificios que hemos hecho.

El secreto radica en ayudar cuando alguien realmente necesita esa ayuda, cuando sus recursos psicológicos o físicos no le permiten avanzar. E incluso así, la ayuda casi nunca debe ser solucionar el problema, sino darle las herramientas para que lo solucione o ayudarle a encontrar el camino. Recuerda que si le das un pescado a un hombre, matas su hambre por un día pero si le enseñas a pescar, no tendrá hambre nunca más.

Puede ser que en un primer momento la persona que cree necesitar ayuda no entienda tu posición e incluso te lo eche en cara pero más tarde, la comprenderá y te agradecerá. Mientras tanto, simplemente dale tu apoyo emocional.
 
Fuente: Rincón de la Psicología
 

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